¿Me da un vinten pal’ Judas?

Lo sentábamos contra una pared o contra la columna de la esquina y nos turnábamos, siempre en pareja. Uno con una latita pedía y el otro lo cuidaba. Eramos muy pibes, hablábamos muy poco con los vecinos, apenas para pedirles la pelota cuando se caía en sus casas y en esos momentos cuando les salíamos al paso con …’’vecino,… vecino…¿me da un vintén pal’ Judas?. Tintineaban en la latita las moneditas ocres de a vintén, aunque a veces caía alguna chanchita con su redondez plateada que brillaba con destellos de veinte centésimos. Aquel dinero era sagrado, no se tocaba, se

Lo sentábamos contra una pared o contra la columna de la esquina y nos turnábamos, siempre en pareja. Uno con una latita pedía y el otro lo cuidaba. Eramos muy pibes, hablábamos muy poco con los vecinos, apenas para pedirles la pelota cuando se caía en sus casas y en esos momentos cuando les salíamos al paso con …’’vecino,… vecino…¿me da un vintén pal’ Judas?. Tintineaban en la latita las moneditas ocres de a vintén, aunque a veces caía alguna chanchita con su redondez plateada que brillaba con destellos de veinte centésimos. Aquel dinero era sagrado, no se tocaba, se usaría para comprar cohetes y alguna bengala.

Me levanté temprano esa mañana, mi abuelo ya tenía el lechón cucificado en el pincho y le arrimaba las brasas de a poquito. Le gustaba asarlo lentamente, ya en la tarde terminaba aquella calurosa tarea. Me entretenía mirando el fuego, mientras por la calle pasaba la gente con su bolsa de hacer los mandados. Parecía un desfile de diferentes colores, no importaba si traían poco o mucho, cada una de ellas  reprsentaba su compra de Navidad. Y el saludo siempre atento…¡como le va vecino!, ¡buenos días! Don Romero! y enseguida partía la invitación, la gente se paraba, entraba y tomaba una copa de vino, caña o cerveza. Eran solo unos minutes, la mañana se nos iba de entre las manos y todos tenían una prisa nerviosa y alegre a la vez. Los muchachos ya habían pasado con una enorme cruz de palo y la estaban colocando en medio del montón de ramas secas.

Ya en la tarde trajeron al Judas y lo crucificaron allá arriba. La noche se nos vino encima, comí apurado y salí corriendo a reunirme con mis amigos, ya habían comprador los cohetes y los estaban repartiendo. Eran casi lasdoce de la noche, los vecinos comenzaban a salir de sus casas, las llamas anaranjadas lo iluminaban todo. Los estallidos de las ramas secas y la sal gruesa que le habíamos puesto al Judas acompañaban el concierto de bombas y cañitas voladoras, con que la ciudad recibía la Navidad.

No sé si en algún barrio seguirán quemando un Judas. Pero la verdad que me gustaría hacer uno bien grande y rellenarlo ya no de aserrín y papel. Rellenarlo con la cobardía del terrorismo, con los soldados que en nombre de la patria asesinan mejeres y niños, con el hambre de los pueblos y con las mentiras y el desdén de los poderosos. Agarrarlo por los hombres y meterle el pie por el cuello y pisar bien fuerte pasra que quede gordo y deforme. No, la cabeza no se la voy a poner, no la merece. Pero, eso sí, mucha sal gruesa y muchas bombas para que cuando el fuego lo toque, vuele en mil pedazos.

Entonces el mundo va a empezar a aplaudir…a aplaudir y la Navidad nacerá distinta, con una gran mesa bien servida y muchos invitados, para que cuando demos las gracias, sea con sinceridad y no con verguenza…

Señor…señor…¿Nos da un vintén pal’ Judas?.

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